El Arte de ilustrar
Beatriz Concha Cosani,
Escritora e ilustradora.
Qué es ilustrar?
Numerosas discusiones se plantean entre los ilustradores nacionales, referidas a si la ilustración debe o no estar sometida a un texto, si es arte o arte aplicado, etc… (los etc…representan las minucias que enredan y hacen interminable un debate, por lo tanto me atendré al análisis de los dos cuestionamientos mencionados). Ilustrar, según la definición del diccionario de la real Academia, significa en su primera acepción “dar luz al entendimiento”. “Aclarar un punto o materia con palabras, imágenes, o de otro modo” como segunda acepción y, como tercera, “adornar un impreso con láminas o grabados alusivos al texto”. Estas tres acepciones determinan, sin contraponerse entre sí, lo que es una ilustración. Como sinónimo, se usaba antiguamente la palabra iluminar, que refrenda las anteriores definiciones.
Las ilustraciones informan acerca de una serie de pormenores, estén o no expresados en el texto, de tal modo que orientan al lector dentro del ámbito en que se desarrolla la narración. Supongamos que el texto alude a un festín durante la Edad Media (numerosos entre los cuentos infantiles). ¿De qué modo podría el lector que no sea erudito hacerse una imagen de los usos y costumbres de la época, si no es por medio de la ilustración? Es en este aspecto donde la ilustración hace honor a su definición de dar luz, aclarar o iluminar, para lo cual es requisito indispensable un amplio conocimiento de parte del ilustrador. En mi opinión, la ilustración no está sometida al texto; es, simplemente, un relato paralelo en común acuerdo con la narración escrita. Ésto, en cuanto a esa incómoda y errónea palabra “sometimiento”.
Pasemos ahora a la también errónea diferencia que separa el arte del arte aplicado. De las tres primeras acepciones de la palabra Arte, tomaré la segunda, en la cual van implícitas la primera y la tercera: “Acto o facultad mediante los cuales, valiéndose de la materia, imagen o sonido, imita o expresa el hombre lo material o inmaterial, y crea copiando o fantaseando”. Aunque no hay definición de arte aplicado, éste se entiende como una creación con fines de uso. En este caso, la ilustración es un arte aplicado pero, ¿es por eso menos Arte? ¿ No son objetos espléndidos, maravillosos, obras de arte cabales, los muebles, vitrales y rejas diseñados por Gaudí, o las orfebrerías de Benvenutto Cellini? Podemos entonces colegir que la condición de obra de Arte la imprime no el oficio sino que aquel que lo practica. Del ilustrador depende la categoría de su obra. Para entenderlo, basta ver las miniaturas en los códices de la Divina Comedia, de los diversos Libros de Horas o bien los grabados de Doré.
Doré y Coré, dos paradigmas
Magia e información caracterizan a estos dos maestros, el francés y el chileno, tan diferentes y distantes el uno del otro y que representan, a mi juicio, el ejemplo del ilustrador en su cenit. Aunque igual maestría expresa la obra de Durero, éste es un ilustrador de sus propios ensueños, en tanto Gustave Doré y Mario Silva Ossa (Coré) son ilustradores de textos.
Los descubrimientos arqueológicos a partir de fines del siglo XVIII permiten acceder a una información, antes oculta, a cerca del entorno, costumbres, arquitectura, vestimentas y enseres de la antigüedad. Si comparamos la obra “El rapto de Europa” del Veronese, con “Zeus y Tetis” de Dominique Ingres, podemos apreciar que, mientras el primero adjudica el entorno y la moda del Renacimiento al mito griego, Ingres puede reproducir en su pintura los elementos que recrean la Grecia antigua. La obra de Doré pasa por toda las épocas, desde los tiempos bíblicos a la Edad Media; del Renacimiento al Barroco o a su propia época, recreando hasta en los menores detalles situaciones y personajes; pero no es la información lo que hace de su obra una obra de arte. Es el toque mágico del verdadero creador lo que da vida a sus ilustraciones, aquello que nos maravilla y nos hace soñar. Héroes, monstruos,
hadas y brujas, príncipes y campesinos de todos los tiempos laten vivos en cada uno de sus grabados. Basta con abrir el libro y ya podemos entrar de lleno en esos mundos.
Cien años después, Coré deja su legado en Chile. Quiénes de niños disfrutamos de sus ilustraciones, de algún modo quedamos marcados por el misterio y la belleza que imprimiera en sus obras. Sus ilustraciones, al igual que las de Doré, tienen magia y vida propias que sobrepasan, en muchos casos, al texto que acompañan. Ambos maestros nos señalan cómo, dentro del pie forzado de un tema, ellos lo relatan a su modo y recrean en plena libertad.
La ilustración como arte aplicado o paralelo
Como arte aplicado, la ilustración acompaña un texto, acorde con el párrafo elegido. Ésta es la ilustración que permite inferir lo que el texto no expresa, o mostrar cabalmente lo que sí ha sido mencionado. De este modo, si el texto alude a “ los ricos arneses de la cabalgadura” en el párrafo elegido, el ilustrador debe mostrar cómo son estos ricos arneses. Y si se trata de un texto escolar, en el cual el niño debe trazar con el lápiz el camino del caballo al corral, el caballo debe ser eso, un caballo y no otro animal, de tal modo que el
niño no se confunda pensando que se trata de un burro o un perro. Siendo el texto escolar uno de los mas áridos campos para la creatividad fantasiosa del ilustrador, éste debe ser capaz de imprimir en su trabajo tanta magia y belleza como en un cuento de hadas; así abre la puerta por la que el niño penetra gustoso en ese mundo de aprendizaje escolar. ¿Quién no disfrutó de sus primeras letras con el Silabario Hispanoamericano ilustrado por Coré?
Las ilustraciones que acompañaban cada paso en la lectura, desde el ojo y la mano hasta las tres cabritas y el lobo, nos mostraban imágenes que no dejaban lugar a dudas. Eran bellas y perfectas ilustraciones. Abrir este libro era importante, no tedioso. Los niños campesinos reconocían en sus páginas a la vaca, y los que jamas habían visto una aprendían cómo era.
Conversando este tema con una profesora del Instituto Chileno Británico, me
comentó el problema que había tenido con sus alumnos pequeños para enseñarles el uso de las palabras “beautiful” y “lean”. Trabajaba con láminas caricaturizadas cuyos personajes eran una princesa, a la que debía aplicarse el adjetivo “beautiful”, y un paje que debía ser “lean”. Los niños no lograban acertar con las palabras porque la princesa de la lámina, lejos de ser bonita, era tan flaca como el paje. En el terreno del arte aplicado, la ilustración debe,
por lo tanto, ser extremadamente rigurosa en la información que aporta, sin desmedro de la belleza y de la magia. El relato en sus imágenes debe acordar con el texto.
Encontramos la obra de arte paralela en aquellas imágenes creadas para acompañar un libro de poemas o, como en la Edad Media, decorando el abigarrado encaje de letras góticas en bloques de textos sin puntuaciones. En estos casos, el artista se explaya en sus propias e íntimas percepciones y su relato puede o no comunicar al lector en relación a lo que éste lée. Tales láminas o viñetas dan un marco adecuado a la obra escrita y crean, en
conjunto, un objeto bello.
Condiciones propicias para un trabajo óptimo
Con frecuencia sucede que los textos son pobres en imágenes estéticamente
motivadoras.El ilustrador es, como el escritor, un soñador profesional y para soñar se requiere de tiempo. Tiempo para descubrir la imágen a veces oculta en el texto; tiempo para inventarla si ésta no existe y, cuando la imágen fluye del texto, tiempo para darle el enfoque adecuado. Es durante el proceso de bocetage cuando el ilustrador sueña y plasma las imágenes que posteriormente quedarán trabajadas en su totalidad. Este último proceso
también tiene su tiempo; tiempo de fina observación.Ilustraciones realizadas con apremio de tiempo, difícilmente aportarán algo más de lo que el oficio cumple. El trabajo acelerado transforma al ilustrador en un simple hacedor de “monitos”, en desmedro de su condición de artista. No es de extrañar entonces que el ilustrador, en estas condiciones impuestas por un mal criterio editorial, se sienta reducido y sometido. Lo que lo somete son las
circunstancias. Si se quiere recuperar la dignidad de la ilustración, son los propios ilustradores quienes deben exigir las condiciones adecuadas y ésto redundará en beneficio para todos.
Finalmente, la consagración de una obra de arte es determinada por el tiempo, severo, implacable y certero crítico. A él entregue su obra el ilustrador, preocupado tan sólo de ser leal a su amor por el oficio elegido.
Beatriz Concha Cosani nació en Santiago el año 1942.
Estudió Artes Plásticas en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile. Durante más de dos décadas ha ilustrado libros infantiles y textos escolares con diferentes empresas Editoriales. Obtiene medalla en la
Bienal de Ilustración Infantil de Tokio, Concurso Noma 1995. A lo largo de su carrera profesional ha ilustrado más de quinientos libros.
En 1994 publica su primera obra literaria, “El país de las Ausencias”, (Empresa Editora Zig-Zag). Actualmente reside en Francia y expone sus pinturas en la Galeria Schwarzbach en Wuppertal (Alemania)