Aladino a la témpera maravillosa. Breve Historia de la Ilustración en Chile
Manuel Peña Muñoz,
Escritor.
Los libros de la infancia dejan siempre una profunda huella en la sensibilidad de los niños, especialmente si tienen ilustraciones de calidad. Ya lo decía Alicia en el país de las Maravillas: “¿De qué sirve un libro sin ilustraciones?”. Hoy, esta afirmación hecha casi un siglo atrás cobra una actualidad asombrosa cuando los libros bien editados y mejor ilustrados deben competir con los medios audiovisuales y la comunicación cibernética.
Así lo han comprendido la generación de nuevos ilustradores chilenos que deben enfrentarse a un mercado exigente. Aunque por otro lado, tienen nuevas técnicas a su alcance. La humilde paleta de acuarela ha sido reemplazada hoy por una amplísima gama de posibilidades en el campo de la expresión plástica, desde el aerógrafo hasta los modernos dibujos computacionales. Y en cuanto a estilos artísticos, las tendencias abarcan desde el dibujo figurativo hasta el abstracto, pasando por el impresionismo, el surrealismo, el cubismo y las técnicas del collage, sin olvidar que lo que antes hacía el pincel, hoy muchas veces lo hace el “mouse”.
Coré, el impulso de un genio
Durante el siglo pasado las ilustraciones eran más tradicionales. Los niños chilenos se deleitaban con
las ondinas, silfos del bosque y castillos pintados por artistas europeos. Nuestros padres y abuelos
leyeron los cuentos de Charles Perrault ilustrados por Doré, los cuentos de Hans Christian Andersen
ilustrados por Arthur Rackham y los tradicionales cuentos de la Edtorial Calleja ilustrados por artistas
españoles, entre ellos Penagos o José Zamora. Hasta que, con el nacimiento de la revista El Peneca
en 1908 se hace necesario un nuevo tipo de ilustración más acorde a nuestro medio y capaz de
ilustrar nuestros cuentos y leyendas. A la revista se incorporan nuestros artistas que traen la base de
la cultura europea. El que más se destacó fue Mario Silva Ossa, Coré, “el magnífico rebelde”,
pseudónimo que toma de la Biblia.
Coré fue un artista de gran sensibilidad que logró dar con un estilo propio de inspiración medieval.
Muebles, puertas, bisagras y baúles provienen del mundo de los cuentos que leyó siendo niño. Y de
su imaginación prodigiosa surgen hadas y princesas tocadas siempre por turbantes y sombreros. Fue
un genio del color. Pintó a las hadas de color azul celeste y logró obtener un color amarillo único, el
amarillo Coré. Durante los años 30 y 40, ilustró portadas de libros de cuentos y también el famoso
Silabario Hispanoamericano en el que millones de niños de nuestro continente aprendieron a leer a
través de medio siglo. Aquellas maravillosas ilustraciones de Coré llenas de encanto no se olvidarán
nunca. Hoy día, sus originales se han revalorizado considerablemente y se han organizado diversas
exposiciones retrospectivas, una de ellas en 1994 en la Biblioteca Nacional.
Elena Poirier, amiga de las hadas
Artista dotada de una gran creatividad con los pinceles fue Elena Poirier. Esta artista nació en el sur
de Chile, en Gorbea, el 22 de septiembre de 1921. Su padre era Auguste-Jean Poirier, de nacionalidad
francesa, y su madre, Berta Fica, era chilena. En ese rincón del campo sureño, la niña Elena aprendió
a jugar con la fantasía. En sus interesantes memorias, escribe: “Para jugar con los primos y otros
niños teníamos a disposición campos y bosques estupendos, con tantas moras, fresas, flores
silvestres, etc. Al atardecer, solíamos buscar luciérnagas entre la hierba y las encerrábamos en una
cajita de fósforos para soltarlas en la cama cuando nos apagaban la luz. Yo estaba segura de que
aquellos puntitos luminosos saltando en la oscuridad, eran mágicos y que tenían algo que ver con las
hadas”…
A los 14 años inició su carrera profesional en Zig Zag. Allí conoció a Elvira Santa Cruz, Roxanne,
directora de El Peneca y a los ilustradores Federico Atria y Coré que le tomó gran aprecio, la guió en
su desempeño profesional y le enseñó a dibujar hadas y duendes a la acuarela. De él, escribe: “Mario
Silva era simplemente un encanto, como artista y como persona: generoso, sociable, lleno de
vitalidad, alegre. Su talento artístico no le envanecía, todo en él era sencillo y natural. Poseía una gran
sensibilidad humana e intelectual: era un espíritu abierto, inquieto y curioso de todo, inteligentísimo.
Lo vi dibujar tantas veces, pero siempre me sorprendió su extraordinaria capacidad creativa; de la
punta de su lápiz, casi por magia, brotaban aquellas figuras gracosas, ya dispuestas al movimiento,
vivas. Le salían bien desde el primer momento. Nunca he vuelto a ver en ningún otro dibujante
semejante disposiciòn natural por el arte de las líneas”.
Elena Porier dibujó en las revistas infantiles El Cabrito y Simbad que circularon en la década del 40.
Ilustradores de esta época fueron Lautaro Alvial que realizó hermosas ilustraciones para El Cabrito
junto a Walterio Millar y Lorenzo Villalón. Más tarde se incorporó Alfredo Adduard que en 1943
creó los personajes Cabritín y Cabritina.
En esta época Hernán del Solar llama a Elena Poirier pidiéndole que ilustre portadas para la editorial
Rapa Nui, la única editorial dedicada exclusivamente a los libros para niños. En estas estupendas
portadas a color colaboraron ilustradores como Roser Bru, Anibal Alvial, Jorge Christie, Darío
Carmona, Hedi Krasa y Yola que fijó el tipo característico de Papelucho, una ilustración que está en
el imaginario colectivo de todos los chilenos.
A la muerte de Coré ocurrida en 1950, Elena Poirier desarrolló un intenso trabajo como ilustradora
de cuentos para niños hasta 1957, fecha en que decide emigrar a España con una beca en busca de
mejor comprensión para su arte y con los deseos de perfeccionarse ya que era autodidacta en el uso
de los pinceles.
En Madrid realiza su primera exposición individual de acuarelas de hadas y envía dibujos para El
Peneca. Se sorprende de lo bien recibida que es en este país donde valoran su trabajo. Luego viaja a
Italia donde colabora ilustrando para editoriales romanas y florentinas. Se establece en Roma donde
trabaja en forma permanente en la Iniziative Editoriali a lo largo de más de veinte años, colaborando
también en la revista infantil Miao. Sus dibujos son de gran éxito y gustan a los niños italianos. Para
ellos crea al personaje Coccinella (Chinita) a través de una historieta muda. También crea figurines
para el teatro e ilustraciones de los cuentos tradicionales. Su carrera profesional se extendió también
hacia otros países, colaborando en los años 80 para algunas revistas árabes de Bagdad. No olvidó sin
embargo Chile y desde allá ilustró dos cuentos de Alicia Morel, su gran amiga con quien nunca dejó
de escribirse. Estos cuentos escritos especialmente para que Elena Poirier los ilustrara fueron Polita
va a la escuela (1985) y Polita aprende el mundo (1990). En esta época visita en Francia el Chateau-
Larcher, la casa natal de los Poirier que eran descendientes de Luis XIV, el Rey Sol. En su cuaderno
escribe: “Esas antiguas piedras me conmovieron hasta las lágrimas y recordé con tristeza a mi padre,
a mi familia, que nunca tuvo el privilegio de ver aquello que yo tenía delante de los ojos”.
Antes de morir recientemente en Roma, a finales de los años 90, Elena Poirier dejó en todo su legado
pictórico al Museo Histórico de Chile. Es una gran colección de toda su obra: hermosas acuarelas que
representan castillos, duendes, molineros, hadas milagrosas y enanos de la buena suerte que
esperan con paciencia una maravillosa muestra retrospectiva de la gran artista.
La fantasía poética de Eduardo Armstrong
Durante la década del 50 y 60 es muy difícil el campo profesional de los escritores e lustradores que
trabajan pensando en la infancia. Esto ocurre debido a que empiezan a desaparecer las revistas
infantiles chilenas dando paso a la avalancha de revistas norteamericanas traducidas en México.
A pesar de ello, surge el genio de Eduardo Armstrong (1931-1973) indudablemente un artista, capaz
de bucear en las zonas más delicadas del niño y desarrollar su sensibilidad. Con sus pinceles, una
brillante imaginación, un conocimiento del mundo y un optimismo radiante, Eduardo Armstrong
creó la revista infantil Mampato en 1968, encargándose personalmente de cada uno de sus detalles.
A través de sus páginas maravillosamente ilustradas por su pluma finísima, entregó cultura, saber,
entretenimiento, magia y un profundo sentido del arte. Realizó hermosas ilustraciones porque era un
artista con el lápiz y la plumilla. Junto a una fascinante galería de retratos universales, Armstrong
realizó bellas acuarelas sobre marfil y papel con motivos históricos o fantásticos.
Había nacido en Valparaíso y siendo muy joven se sintió inclinado hacia las artes plásticas. Se
perfeccionó en la Real Academia de San Fernando, en España y desde Europa viajó a diversos
destinos exóticos, escribiendo cuadernos de viaje con certeros apuntes del natural. Todo su saber lo
volcó en las excelentes ilustraciones para Mampato. Por fortuna, sus admiradores pudieron ver una
necesaria muestra retrospectiva de su obra este año en el Instituto Cultural de Providencia. La autora
Isabel Allende, que fue su colaboradora en los años de inicio de la revista, escribió: “Eduardo
adivinaba los sentimientos y deseos de sus jóvenes lectores; podía atraparlos en la magia de un
cuento bien contado y una ilustración perfecta y sabía sobre todo, alimentar sus ansias de hacer el
bien, porque él mismo era un irevocable idealista”.
Princesa a la acuarela
En la actualidad, el panorama de los ilustradores en Chile es diverso porque el campo se ha
profesionalizado más debido a la progresiva calidad de las ediciones. Ya no basta un simple dibujo.
Los editores, los padres, los maestros, los bibliotecarios y sobre todo los niños, quieren libros bien
ilustrados.
Una de las artistas plásticas más profesionales es Marta Carrasco que ha ilustrado numerosas obras
literarias desde 1968 y ha ganado prestigiosos premios, entre ellos el Apell ́les Mestres de Barcelona
por su obra El Club de los Diferentes escrita e ilustrada por ella misma. Junto con revitalizar la
ilustración clásica de Papelucho, ha ilustrado numerosos textos de estudio, libros de cuentos y
silabarios siendo una ilustradora muy reconocida con una obra fina, poética y de rasgos sencillos y
delicados.
Entre los más destacados en la actualidad hay que mencionar a Carlos Rojas Maffioletti que ha
realizado exposiciones individuales tanto en Chile como en el extranjero, siendo actualmente
profesor en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile. Su actividad como
artista está orientada al diseño de portadas e ilustraciones para diferentes editoriales, principalmente
para Andrés Bello, mereciendo ser incluido en la lista de Honor del IBBY (Organización Internacional
para el Libro Juvenil) en 1988. Entre los libros ilustrados se cuentan Ben Hur, Las manchas de Vinca,
La Casita de los Invisibles y muchos otros en los que emplea la acuarela, la témpera, el lápiz de color,
el grafito, la fotografía tratada o la técnica mixta con gran profesionalismo.
También se destaca Andrés Jullian. Con estudios de arquitectura en la Universidad de Chile, este
artista ha ilustrado numerosos libros para niños y jóvenes en prácticamente todas las editoriales de
Chile. Su obra se caracteriza por una fina y acuciosa observación de la realidad, un riguroso trazado y
una mirada poética. Ha ilustrado Expedición a Chile, libros de botánica y muchos cuentos y novelas,
entre ellos La vuelta al Mundo en Ochenta días, Cuentos Cortos de la Tierra Larga, María Carlota y
Millaqueo (Lista de Honor del IBBY 1992 por sus ilustraciones), Misión Alfa Centauro y muchos otros.
Radica en Las Cruces, en donde encuentra el medio propicio para desarrollar mejor su arte en
comunión con el mar. «El trabajo es muy gratificante» dice. «Como cuando recibí una carta de
felicitación del escritor Francisco Coloane diciendo que le había gustado mucho la ilustración que le
hice para su libro Tierra del Fuego. Decía que había interpretado fielmente lo que él había querido
decir”.
Dibujos de flores, de animales, de moluscos y piedras. Todo parece interesar a la mirada observadora
de Andrés Jullian, pero lo que verdaderamente le agrada es el dibujo de fantasía. «Me gusta pintar
castillos, una rana con una coronita de oro en la cabeza, princesas…Claro que a veces soy muy
figurativo, porque me gusta ser exacto en lo que voy a reproducir, porque pienso que la ilustración
aporta información al texto. Así, si hay un cuento para niños ambientado en el sur de Chile, me fijo
muy bien a la hora de ilustrar, de manera que los árboles o plantas que van a aparecer, sean
realmente de allí y no inventados». Con sus pinceles de pelo de marta, Andrés Jullian lleva la ilusión a
la mente de los niños, cada vez que abren por las noches, un hermoso libro de cuentos.
Tomas Gerber es otro de los ilustradores profesionales. Artista integral, Licenciado en Arte, ha
trabajado como diseñador gráfico y jefe de producción en una editorial alemana, en Berlin. Imbuído
del espíritu germano de la Selva Negra se ha especializado en la ilustración de gnomos y trasgos del
bosque, viviendo incluso en los bosques del sur de Chile en donde cree avistar espíritus del cuarto
reino en los que se inspira para ilustrar libros de cuentos. Muy impregnado del espíritu fantástico, su
obra se caracteriza por una gran imaginación, ilustrando numerosas obras de autores chilenos e
internacionales. Ha ilustrado para Dolmen, Andrés Bello y otras editoriales de Chile. Ha sido
seleccionado Lista de Honor IBBY 1997 por las hermosas ilustraciones de La Era del Sueño de Alicia
Morel, un libro de alta calidad artística.
También hay que nombrar a Antonio Castell. Este artista formado en España se ha impuesto en las
editoriales chilenas con una obra fresca, llena de humor e imaginación. En Barcelona permaneció
entre 1973 y 1992 colaborando incansablemente con diversas editoriales, entre ellas Anaya, Teide, La
Abadía de Montserrat y muchas otras. De regreso a Chile ha publicado sus ilustraciones en las
principales editoriales chilenas, entre ellas Andrés Bello, Salo, Arrayán y otras. Está considerado como
uno de los más prestigiosos ilustradores chilenos, participando en diversas exposiciones tanto en
Chile como en el extranjero.
Otro artista de prestigio es Rodolfo Hoffmann Marechal autor e ilustrador de Los Hijos del Bosque
editado por Pehuén que acaba de publicar el cuarto y último tomo de una obra magna inspirada en la
impenetrable selva austral de Chiloé. Arboles, aves, insectos y una serie de personajes míticos
pueblan el universo fantástico de este autor que despliega una gran riqueza plástica y visual, llena de
colorido y con una remembranza clásica de los cuentos antiguos.
Junto a ellos, merecen citarse a Eduardo Osorio con sus ilustraciones llenas de fantasía para El
Archipiélago de las Puntuadas y especialmente para El libro de las Preguntas de Pablo Neruda.
Tatiana Alamos ha ilustrado libros para niños y se ha inspirado en nuestros poetas para desarrollar
una obra plástica genial en base a materiales y textiles.
Otros destacados son Christian Lungenstras, Beatriz Concha, Paulina Monckeberg, Francisco
Ramos, Anisol Loyola, Mónica Lihn y muchos otros, en tanto que en Viña del Mar, el artista Alvaro
Donoso realizó viñetas y orlas decorativas para un libro español de folklore infantil de Carmen Bravo-
Villasante.
Hay también importantes ilustradores chilenos que han hecho su carrera en el extranjero. Entre ellos
merece citarse Valentina Cruz, gran artista plástica que desarrolló su carrera profesional en
Barcelona ilustrando libros bellísimos, entre ellos La Noche, de su autoría. En la actualidad ha
regresado al país y como académica aboga porque la ilustración de libros para niños sea materia de
perfeccionamiento y post título universitario. Fernando Krahm ha ilustrado también libros para niños
en Barcelona. Principalemente sobresalientes son las ilustraciones para libros escritos junto a su
esposa, la escritora María de la Luz Uribe. También se destaca Ricardo Güiraldes, hermano de Ana
María Güiraldes, que ha desarrollado una importante carrera como ilustrador de libros infantiles en
Inglaterra. Y entre los más jóvenes, merece destacarse Claudia Paveri, residente en Italia, que
recientemente ha mostrado su obra en la Embajada de Chile en Roma, con unas acuarelas de notable
fuerza dramática y motivos inspirados en la cultura europea y latinoamericana.
En los últimos meses del año 2001, merece destacarse a la joven ilustradora chilena Paloma Valdivia,
quien ha obtenido el tercer lugar en la Bienal de Ilustración en Bratislava, con las ilustraciones de su
libro “Kiwala conoce el mar”, auspiciado por la Minera Escondida Limitada. Estas ilustraciones están
dentro de la tendencia de recuperación de los diseños pre colombinos, aplicados a la ilustración de un
libro para niños, con la idea de profundizar en la identidad cultural. En ese caso, la ilustradora se basó
en unágenes pre colombinas de las culturas Paracas y Nasca que se desarrollaron en la costa sur del
Perú entre los años 450 A.C. y 800 D.C. El cuento narra la historia de una llama que baja de las
montañas a conocer el mar.
Otra iniciativa digna de destacarse es la propuesta por el ilustrador Carlos Rojas Mafioletti y profesor
universitario cuyos alumnos desarrollaron una tesis de grado para optar al título de Diseño Gráfico,
ilustrando un cuento del autor chileno Victor Carvajal en torno a la infancia del poeta Vicente
Huidobro. Cada alumno de la Universidad del Pacífico tomó el cuento y realizó una propuesta
diferente, ilustrándolo según sus propias capacidades expresivas.
Por todo esto, se hace necesario educar también al padre, al profesor, al bibliotecario y al editor, para
que sepan apreciar desde un punto de vista artístico las ilustraciones de calidad y estén abiertos a
nuevas propuestas creativas.
Con todo, el futuro de la ilustración artística en el libro para niños debe estar orientado hacia una
mayor búsqueda creativa. Editores e ilustradores deben trabajar en un marco de mayor libertad,
ensayando por nuevos caminos, como ocurre en Europa y en países latinoamericanos – Colombia,
Venezuela, Brasil – donde encontramos obras notables y de gran originalidad plástica. La tarea del
ilustrador moderno es delicadísima y de gran valor porque su trabajo enriquece la obra del escritor a
la vez que debe moverse en el plano de la interpretación artística de la obra literaria.
En los últimos años, cobra valor en este sentido la obra de los ilustradores Alberto Montt y Raquel
Echenique quienes junto a Paloma Valdivia colaboran en las principales editoriales y también en
revistas y periódicos nacionales.
En un momento en que los libros infantiles están en alza, debemos velar por la calidad de sus
ilustraciones, privilegiar al artista chileno y considerar que su obra educa la sensibilidad artística de los
niños.
Manuel Peña Muñoz nació en Valparaíso en 1951. Es profesor de castellano y doctor en filología hispánica. Su interés
por la literatura infantil nace al asistir en España, a cursos dictados por la especialista, Carmen Bravo Villasante. En Chile,
se dedicará al estudio de la literatura chilena y también empezará su propia producción convirtiéndose en un estudioso
del tema. Escritor, investigador y cronista, no sólo ha destinado sus palabras a los niños sino que también a los jóvenes y
adultos.
Sus principales obras son: Dorada locura (1978); El niño del pasaje (1989), por el cual obtiene el Premio del Círculo de
Críticos de Arte de Valparaíso; María Carlota y Millaqueo (1991), El collar de perlas negras (1994), Un ángel me sopló al
oído (1995) y numerosos cuentos.
Destacan sus obras críticas: Historia de la Literatura infantil chilena (1982); Para saber y cantar, el libro del folklore
infantil chileno (1983); Folklore infantil en la educación (1994); Alas para la Infancia, Fundamentos de Literatura Infantil
(1995); Había una vez en América. Literatura Infantil en América Latina (1997) y Lima, limita, limón. Folklore Infantil
Iberoamericano (1998). En 1997, recibió el Premio de Novela Gran Angular por su novela Mágico Sur, Ediciones S.M,
España.