Presentación de Lectura Viva. Café Literario de Providencia. 2003
Manuel Peña Muñoz
Escritor
Es un agrado para mi presentar esta hermosa iniciativa de fomento del libro y la lectura que es «Lectura Viva», un proyecto ideado por María Graciela Bautista, el poeta Aramís Quintero, su esposa Mariela y otros profesionales de la lectura, interesados todos en difundir la cultura del libro y la magia de leer.
Precisamente ayer martes tuvimos el privilegio de compartir con María Graciela y Aramís, integrando el jurado del concurso que patrocinó en nuestro país la escritora Isabel Allende. En la sala Ercilla de la Biblioteca Nacional, la autora privilegió la lectura y la cultura del libro. Ella recordaba cómo de niña sentía placer al leer a escondidas, con una linterna, sus libros preferidos debajo de las sábanas, porque sus padres le ordenaban apagar la luz temprano. Era una época en que no había grandes distracciones y la recreación se obtenía leyendo cuentos y revistas.
La autora enfatizó la idea de que hoy debemos recobrar ese placer de la lectura, el placer
de la palabra escrita, y por eso ideó este concurso invitando a los niños y jóvenes de Chile
a que participasen con trabajos en torno al sentimiento que les había producido la lectura
de un libro.
Nosotros tuvimos la gran alegría de leer los trabajos de esos niños y jóvenes que
manifestaban por escrito el placer de leer un libro y cómo se habían sentido
transformados ante una escena o un diálogo. Se sintieron más personas, crecieron
interiormente cuando descubrieron que pensaban igual que un personaje o cuando se
identificaron con una situación.
Fueron más de 800 trabajos presentados en el concurso que precisamente se titulaba
«Leer por gusto». En su mayoría se trataba de niños y jóvenes que se habían sentido
tocados por la lectura de un libro. Y realmente había trabajos conmovedores, como la de
una joven de San Fernando que se sintió conmovida después de leer «Desolación» de
Gabriela Mistral. En su trabajo, la niña Sofía Reyes escribió: «Cuando leí ‘Desolación’, de
Gabriela Mistral, el sentimiento que debía salir, sino el de pena. El poemario tiene versos
muy tristes, pero la belleza de sus palabras hace olvidar su propia tristeza. Sobre eso se
centró lo que escribí, en cómo la belleza pone una venda sobre los ojos de la gente e
impide ver más allá».
Fue hermoso también el de un joven de Osorno que tuvo una experiencia profunda
después de leer «Crimen y Castigo» de Dostoiewski. O el de una joven de La Serena que
escribió sus impresiones después de leer «El diario de Ana Frank». El libro lo leyó cuatro
veces y cada vez tuvo una impresión distinta que iba detallando en su composición. Los
más pequeños escribieron sus impresiones después de leer la serie de «Harry Potter» o los
libros de Roahl Dahl.
Las lecturas de esos trabajos nos hicieron reflexionar en torno a la importancia de la
lectura como impacto emocional e intelectual en la vida de un niño o un joven que es
cuando se están formando los valores iniciales, el intelecto y el corazón.
Esos niños y jóvenes, si continúan «permitiéndose» el placer de la lectura, integrarán una
clase de personas diferentes, especiales, una sociedad de personas que se distinguirán de
los demás. Lo dijo ayer Isabel Allende que los lectores se reconocen inmediatamente en la
vida de los no lectores. Integran una especie de personas de mayor riqueza interior, de
mejor
lenguaje, de profundidad en las ideas y en el pensamiento. Pueden relacionarse mejor con
sus semejantes y desarrollan mejor su inteligencia y su creatividad.
Ya lo dice el escritor Jorge Luis Borges, amante y divugador de la cultura del libro: «De los
diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda alguna, el libro. Los
demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su
vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones
de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria».
En tanto que De Croisset, un escritor francés apunta: «La lectura es el viaje de los que no
pueden tomar el tren». Por su parte, André Maurois, otro escritor francés escribe: «El arte
de leer es, en gran parte, el arte de volver a encontrar la vida en los libros, y
gracias a ellos, de comprenderla mejor».
Y el escritor portugués José Saramago, Premio Nobel de Literatura de visita el año pasado
en nuestro país, dijo en su charla: «Hay que saber quiénes son los lectores y dónde están.
Siempre serán minoría, pero son como un fermento».
En tanto que el escritor español Bernardo Atxaga agrega: «Los lectores se mueven por el
campo de los libros como la reina en el tablero de ajedrez, con la misma ligereza, con la
misma facilidad y con la misma riqueza de movimientos».
No siempre ha habido una valoración de la lectura. En el pasado, se estimaba que leer
perjudicaba la mente y extraviaba a los cuerdos. Así le ocurrió al Quijote que perdió la
razón de tanto leer libros de caballería como hoy día se piensa que pierde la razón el joven
que está horas delante de la pantalla de su computador.
En el siglo XVI, el poeta español Francisco de la Torre dedica la siguiente cuarteta a un
joven dedicado a la lectura: «Dios de los libros te libre
deja estudios, busca hacienda no tengas cuenta de libros
sino ten libros de cuentas.» Buscaba la cuarteta estimular las dotes para el mundo
pragmático. Por eso, otro refrán castellano dice «Libros hacen muchos sabios, pero pocos
ricos», es decir dice que ni el estudio ni el trabajo intelectual suelen conducir a la riqueza.
En el siglo XIX y comienzos del siglo XX la mayoría de las personas en España eran
analfabetas en tiempos de Alfonso XII. La lectura no era un valor como lo es hoy día en
que se estima que es imprescindible leer para ser instruido y educado.
En América se hicieron grandes esfuerzos por superar el analfabetismo para superar la
educación y lograr que los niños pudiesen buscar conocimientos y recreación a través del
libro. Esta acción fue decisiva en países como México donde se dio una gran importancia a
la lectura en tiempos del ministro José Vasconcelos que contó con la ayuda de Gabriela
Mistral en el campo de la superación de la pobreza a través del alfabetismo y la educación.
Hoy, cuando este problema parece superado en nuestros países, cuando la gran mayoría
los niños ya sabe leer, encontramos que muchos niños ya no buscan la recreación y la
información a través del libro como se pensaba, sino que la consiguen a través de la
televisión y el Internet. Superado el analfabetismo de América se presenta ahora otro
problema y es que pareciera que el libro como objeto estuviera en retirada. Es por eso
que
muchas personas e instituciones fomentan el placer de la lectura y el disfrute de un libro
como objeto. Pienso que los que amamos los libros nos sentimos acompañados por ellos,
arropados.
Muchas veces me preguntan al entrar a mi casa: «¿Ha leído todos estos libros?» «No», les
respondo «pero me acompañan». Están ahí las voces amigas, cálidas de tantos
pensadores, poetas, intelectuales. Están sus palabras. Es hermoso tomar un libro, seguir
con el pensamiento la mente del autor y conectar con él o con ella en la intimidad de la
lectura. Ese es un placer que debe conservarse y estimularse en iniciativas como ésta, la
de Lectura Viva.
Yo mismo recuerdo el placer que sentía cuando de niño aprendí a leer en los letreros de
las tiendas de Valparaíso. Eran unos letreros grandes, de lata. Una vez, deletreando uno
de esos letreros leí: «El Palacio del Calzado». Fue asombroso. Me imaginé un palacio del
calzado. Otros letreros decían: «La Joven Italia», «Colchonería La Sultana», «El Negro y el
Globo», «Las dos campanas». Esos letreros me hacían soñar. Me imaginaba que eran los
títulos de unos cuentos que no se habían escrito todavía y que yo me inventaba en la
imaginación.
Muchos de estos letreros se acompañaban con pequeños lemas que también me gustaba
leer. La Casa Peña tenía un letrero que decía «Existe para servir y servir es vivir». Me
encantaba leer esas palabras. Eran como un enigma. El letrero de la Mueblería La Mundial
decía: «Se casaron y con Muebles Mundial su casa amoblaron». Cuando deletreaba estos
letreros porteños, entraba a un mundo fascinante que era el de la lectura. Entendía que
esas palabras encerraban un misterio que no estaba suficientemente aclarado, pero que
me invitaba a algo placentero y mágico. Sin saberlo, el genio creativo que inventó estas
frases estaba sensibilizando a un lector que sentía placer al leer estas palabras. Fue una
alegría parecida a la de una empleada que había en mi casa y que estaba aprendiendo a
leer. Una mañana, con gran asombro, le llevó un tarro de la cocina a mi madre que estaba
en el dormitorio y con una voz convulsionada, le dijo: «Señora: aquí dice: a r r o z». Había
aprendido a leer. Estaba transfigurada. Luego, cuando aprendí a leer en el Silabario
Hispanoamericano, sentía placer al leer las historias y pequeños cuentos que aparecían
allí. Me daba cuenta que entraba a otro mundo a través de esas páginas. También me
gustaba leer los libros que me traían de España y detenerme en la lectura de ciertos
cuentos que me transportaban a mundos lejanos. Eran libros que leía en cama por causa
de las enfermedades infantiles. Era agradable estar allí leyendo en la tibieza de la
habitación mientras afuera caía la lluvia: las novelas de Julio Verne, las de Emilio Salgari,
«Corazón» de Edmundo d ́Amicis. Los libros me llevaban lejos de allí. Eran un medio
fascinante de fantasía y de magia….
Como profesionales del libro, como educadores, pedagogos, bibliotecarios, pienso que
debemos tratar de reencantar la lectura y el libro como fuente de alegría, placer y riqueza
interior.
Debemos invitar a los niños y niñas para que se puedan encontrar fascinación en la lectura
de un libro bien escrito, de un libro que puedan sostener entre sus manos, disfrutando de
pasar sus páginas, mirando sus ilustraciones, examinando sus tapas, oliendo el libro,
porque soy un convencido de que los libros son criaturas vivas que nos buscan o llaman
desde una estantería o desde una vitrina. Muchas veces me ha pasado que siento el
llamado de un libro desde el fondo de un cajón en una tienda de libros usados. Meto la
mano en un cajón lleno de libros viejos y ahí al fondo estaba el libro que andaba buscando
hace años. «¿Cómo lo hallé?» me pregunto, cuando en realidad debería preguntarme: »
¿Cómo el libro me halló?» Pienso que debemos transmitir a los niños que nos rodean, la
emoción y
belleza que puede tener un libro bien editado. Queremos que el niño sea capaz de
apreciar la calidad de las ilustraciones de un libro concebidas como fuente de educación
estética. Que pueda encontrar placer en la calidad literaria de los textos y en formar su
pequeña biblioteca.
No podemos pedir niños lectores si en la casa no tenemos un rincón amable para
ponerlos, situarlos y ordenarlos. Esta es una tarea que podemos realizar con los mismos
niños, ayudándolos a clasificarlos y a valorarlos. Un rincón junto a una bonita ventana, un
sillón grato y colorido, una lámpara con una luz agradable, un escritorio especial, quizás
una pequeña mesa que diga algo. Hay niños y niñas que disfrutan con esta actividad y
comienzan en esta etapa a sentirse involucrados de manera placentera al mundo de los
libros, a coleccionarlos, a sentir las texturas y hasta su olor a tinta fresca.
Es importante enseñar a amar los libros, cuidarlos, leerlos, utilizarlos, comentarlos en
familia. Promover la lectura desde el hogar en esta etapa de la vida del niño es hallar
dentro del escaso tiempo de que se dispone, un momento, aunque sea pequeño, para
dedicarlo cotidianamente a la lectura. Y hacer de este rato, aún cuando sea breve, algo
mágico, significativo, trascendente en la medida en que reporta gozo, en que se asocia a
armonía, a calidez y a seguridad. Estas son las ideas de los que nos han precedido y quiero
recordar a nuestra querida Mabel Condemarín, nuestra reciente Premio Nacional de
Educación, que nos ha dejado, pero cuyas ideas pedagógicas permanecen en iniciativas
como ésta.
Debemos ser capaces como ella, de despertar y desarrollar en los niños esa afición natural
a la lectura y a la buena literatura. Porque leer puede ser también un juego ameno,
enriquecedor y apasionante. Un acto placentero. Un espacio para ejercer la capacidad de
fantasear, para dar libertad a la imaginación, para soñar y fabular.
Por eso, la iniciativa de Lectura Vida es un espacio para fomentar la alegría de leer. Me
parece hermoso además que esta idea haya venido de profesionales latinoamericanos
insertos en nuestro medio. María Graciela es colombiana, en tanto que Aramís y Mariela
son cubanos. Hoy cuando en todo el mundo se tiende a la idea de la multi culturalidad, la
presencia de estos profesionales avecindados en nuestro país es síntoma de integración y
de un real aporte en conjunto a la educación de los niños chilenos.
Felicitamos sinceramente la iniciativa y les deseamos que elaboren diferentes líneas de
trabajo para el fomento en nuestro país del libro y la lectura.